El mundo según Wert

Valme de Toledo


El que el ministro de Educación decida atacar la ínfima calidad de nuestra educación con el tema de la competencia entre centros me lleva a la imagen del niño demasiado delgado al que hacen tomar bollos con azúcar a ver si se hincha. No es que el niño esté deshidratado, no es que no haga ejercicio o no tome vitaminas: es que hay que inflarlo como un globo para que saque buena nota en la báscula. Pues aquí lo mismo: no es que el modo en que enseñamos sea absolutamente inútil, no es que el contenido de los temarios les suene a chino a nuestros hijos porque de qué me va a servir hacer una integral, no es que el texto de las materias se aprenda -solo-  de memoria porque así no hace falta pensar qué estás contando. No, el problema es que aquí no se premia al más chulo. Pues muy bien. El proyecto que propone Wert es una huida hacia delante: no hace falta que aprendas, hijo mío, con que lo parezca es suficiente. Tú saca buenas notas y  así conseguiremos pasta para el centro. Me asombra que no les ofrezcan comisiones a los jóvenes que suben la media.

La educación no se mide en notas y por supuesto no se traduce en cifras. Puedes entender el mundo, como quiso Platón, mirando a los astros o comprender cómo se mueve el cielo con las matemáticas, como intentaron los pitagóricos. Puedes superar un dolor leyendo a Epicuro o tomar esa decisión que te corroe con el Tao Te King, puedes comprender de qué van las cosas con el Antiguo Testamento o cómo ser valiente leyendo a Homero; y de los antiguos a todo lo que vino después: puedes empezar a escribir leyendo a Capote y no aprendiendo de memoria lo que cuenta del Quijote tu libro de texto, y puedes aprender la música, si alguien te la explica, sin tener que aprender en flauta la canción de Titanic. 

Dale a un niño de esta educación un folio en blanco y se quedará igual que el papel, porque lo que entra en la cabeza a base de golpes sale, con la misma prisa, empujado por la serie de televisión que pongan  por la tarde. Hemos vaciado la cabeza de nuestros hijos buscando esos números que Wert, encima, quiere premiar. Se trata de conseguir que el más espabilado se aprenda las cosas, y el más lento, el más torpe o el más curioso se queden fuera de la historia porque impiden que el colegio tenga subvención.

La educación es enseñar a vivir, no es otra cosa.  Y algo importante para eso es que la curiosidad te mueva a ver qué pasa dentro de tus venas, y por qué está latiendo esa cosa que te suena en el pecho. Si el niño se pregunta aprenderá. La educación es preguntar, preguntar, querer seguir haciéndolo porque alguien te ha enseñado que eso es divertido, y sirve, y tranquiliza, y te hace volar. ¿Preguntar?, menuda tontería, si tardo menos en aprenderme las respuestas...

La sabiduría  no se consigue escuchando al profe que puede suspenderte, es un proceso que empieza por tener un buen maestro que  te guíe porque sigue aprendiendo mientras habla, continúa por un deseo de intentar entender y no se acaba nunca. Puede estar en casa o en el colegio, pero donde no está seguro es en la nota de fin de curso. Las notas vienen después y son una consecuencia, no el objetivo que hemos inventado.

Eso de la excelencia está muy bien, pero antes habrá que saber dónde encontrarla. Ya ves, los cimientos de la casa están podridos y tú te pones a cambiar el color de las tejas.


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