Cuenta Richard Tarnas en "La Pasión de la Mente Occidental" (Atalanta) que la historia del pensamiento es un intento fracasado de conseguir entender y que, en ese camino, hemos perdido cosas importantes. Los filósofos griegos buscaron en el cielo el espejo de lo que ocurre por aquí, y en el movimiento de los astros indicios de cómo vivir. Algunos utilizaban las respuestas buscando cosas fáciles, hasta que llegó Sócrates y dijo que el mayor bien era conocer y, para empezar, conocerse a uno mismo. Debías mirar al cielo, pero al orden del mundo se llega desde el alma.
El cristianismo primitivo encontró las respuestas en las palabras, y convirtió en dogma la búsqueda. No se trataba de conocer sino de creer y todo se encaminaba a Dios. El hombre está hecho a su imagen, por lo que queda divinizado pero, en una curiosa paradoja, es un ser débil e indefenso que debe ser regido por una férrea ley.
En la Edad Media, con el despertar de la Escolástica, la Iglesia empezó a abrirse, la Paideia griega resurge en París, se estudia a Aristóteles y se debate sobre la verdad, siguiendo el dogma pero buscando la razón. Dante o Tomás de Aquino siguieron el ordenamiento del Cosmos que iniciaron los griegos bajo el manto del cristianismo.
Y más tarde, si Dante cantó la gloria de Dios, Petrarca empezó a cantar la gloria del hombre. Las Humanidades, por primera vez, se situaban fuera de la Iglesia. Vuelven el estudio de Platón y la importancia de la imaginación, que conectaba al hombre con lo divino fuera de la iglesia.
Llegan la peste, la guerra, el hambre, la depresión, la ruina y los piratas y se desarrollan la brújula, la pólvora, el reloj, la imprenta, se descubre el mundo. Copérnico dice que la tierra no es el centro de todo. Al mismo tiempo el arte religioso llega a su culmen con los artistas del Renacimiento, es la época de San Juan de la Cruz y Miguel Ángel, de Maquiavelo y Tomás Moro.
La Reforma protestante intentó poner orden en lo que la Iglesia había descontrolado y Lutero impone una vuelta al cristianismo primitivo. La razón no ilumina, sólo la fe consigue dar luz. El hombre es producto de Dios, tiene su permiso para dominar la naturaleza, y se debe a la ética del trabajo, al éxito comercial, el vigor económico y la riqueza. Surge el capitalismo.
Galileo ratifica a Copérnico, no somos más que un planeta flotando en el vacío. Kepler explica el funcionamiento del Cosmos. Dios empieza a ser una incógnita mientras aparece la Inquisición. Giordano Bruno es quemado en la hoguera.
Entonces llega Newton y establece las leyes físicas que rigen el cosmos. Dios queda fuera de todo, no hay un plan divino ni un orden cósmico. El universo es sólo una máquina. El hombre es un ser definido, separado, y sabe que existe, según Descartes, porque duda de todo.
La ciencia ha liberado al hombre de Dios y se convierte en la nueva fe. El hombre descifra los enigmas, entra en lo desconocido, posee la Razón que sustituye la Revelación bíblica. Darwin desmiente la Creación divina y proclama que sólo somos producto de la supervivencia.
Marx propugna liberarse de la fe para empezar a cambiar el mundo, Nietzsche proclama la muerte de Dios, Freud dice que somos un producto incontrolado de la inconsciencia, el hombre es sólo azar, la Tierra es un planeta entre millones, sólo somos producto de la evolución. Lo bueno es que ahora podemos conocer el mundo.
Pues no. Tampoco podemos. Kant niega el conocimiento, las ideas puras no existen, sólo tenemos la experiencia, es imposible conocer lo universal: el hombre sólo tiene su propio universo. Espacio y tiempo no son absolutos según Einstein, el conocimiento fracasa por completo, los principios físicos se derrumban, la
física cuántica demuestra que no hay definiciones. La ciencia se centra
en el progreso y occidente que, ya ha perdido su fe, empieza a destruirse con
las guerras y los totalitarismos, la manipulación genética, la destrucción de
la naturaleza.
Pues ahí estamos nosotros, en una crisis sin final y en un proceso de ruptura, sin poder agarrarnos a nada. Vivimos una mala época, pero en plena peste la ciencia explicó -por unos años- el mundo devastado. Volvamos a la magia que buscaba Platón. Sabemos muchas cosas, sigamos aprendiendo, pero miremos lo único que, ahora mismo, puede explicarnos. A lo mejor son las hadas.
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