Blancanieves es buena

Valme de Toledo
Hablaba ayer con un buen amigo del arte, los artistas y los que se lo creen. En un mundo donde los artistas -como los políticos o los banqueros- se han convertido en vendedores de sí mismos, pensábamos dónde quedaba todo lo que solía estar antes que nada. La sobre comunicación nos hace un favor, y ya no hace falta ir al cine para ver si "Blancanieves" es buena (ya sabes que es buena, lo has oído) o si Murakami es malo. Es comodísimo y te ahorra un montón de tiempo para ver la tele.

Así que el artista, el escritor o cualquiera que quiera meterse en este lío, tienen que contarle al mundo lo que son. Sin relato no eres nada, pero ese relato se ha quedado en manos de los que viven de contarlo. No es tan importante lo que haces sino cómo lo cuentas y, sobre todo, dónde vas a hacerlo. No sé si me explico: las palabras no encierran siempre algo falso, y hay algunas que vienen después de una gran creación, pero nos cuesta ver lo que otros se callan: bienvenidos al mundo donde el silencio ha muerto.

El silencio antes era importante, tanto como para enseñarte el mundo. Primero  era el silencio, luego la creación y después lo que quieras contar sobre ella, si quieres hacerlo. El proceso ha cambiado: ahora lo cuentas, después   presentas lo creado (y a veces ni eso) y el silencio no existe. Y los grandes creadores -los hay- que siguen bebiendo del silencio a veces no se miran. En un mundo donde si no suenas no existes no hay sitio para esos creadores que, en la oscuridad, siguen buscando. De vez en cuando tenemos suerte y descubrimos uno, pero los focos suelen encenderse sobre los habladores.

Y supongo que no hay otra, y hay que adaptarse a los tiempos que corren, como cualquiera que tenga que sobrevivir. Es cuestión de estar, no de ser. Y así, como dictó Darwin, el mundo se ordena con la lógica aplastante de las medidas de tu cuello. Y sin embargo Charles Darwin no pudo soportar el caos que la naturaleza le mostraba, y pasó su vida intentándolo ordenarla. Olvidó la poesía y se centró en los datos y las clasificaciones. Eso cuenta Wilson en "La Nausea de Darwin" y el mismo Darwin en sus diarios. Fue un espíritu que llegó a verlo todo y prefirió dejar de mirar, y la clasificación, como a menudo las palabras, es un modo de defenderse de lo desconocido, que se llena de silencio y a veces hasta duele. El silencio puede volverte loco o condenarte al olvido, pero escuchándolo nos enteramos de qué va todo esto. 

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