Valme de Toledo
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En la Ilíada hay episodios que hoy no podrían ocurrir jamás sin una buena sesión de críticas al gobierno, o a quien sea. Me refiero, por ejemplo, a Aquiles negándose a luchar porque Agamenón le ha quitado a su dama; a Héctor corriendo, perseguido por Aquiles, para no tener que entrar en la batalla o a dos pueblos luchando por el capricho de un bello príncipe. Un héroe, aquí, no puede huir porque se convierte en un cobarde, no puede zafarse así de la batalla y no puede ser tan caprichoso. Pues bien, en la Ilíada sólo vemos héroes, y aquí raramente encontramos alguno.
Los griegos de Homero tienen claro que, lo que tú eres, lo deciden los dioses. Incluso los errores vienen de arriba, así que que no hay sentimiento de culpa (ese que hoy nos domina) por las malas decisiones. Es decir: tú no decides lo que eres, naces con ello. Y si actúas según lo que para tí han dictado seres superiores no podrás equivocarte nunca, aunque cometas errores.
Aquiles y Héctor son valientes, así lo ven sus enemigos, así lo ven sus amigos y así lo ven los dioses. Son valientes porque ese es el don que recibieron al nacer. Conocen ese don, y lo viven aunque estén huyendo del combate. Porque las decisiones no las toman ellos, ya están tomadas y a uno sólo le queda asumir las consecuencias.
Así que los dioses (la vida, el azar, Dios o como quiera usted llamarlos) nos dan sus dones y lo único que tenemos que hacer es conocerlos. Si vives lo que la vida te otorga, aunque sólo sea belleza, como Paris, nunca te equivocas, porque todos tus actos salen de lo que eres, y tendrías que ser otro para actuar de un modo distinto. No me critiques, dice Paris, por tener el don que los dioses me dieron.
Pero claro, para eso tienes que ser griego, y con ser griego me refiero a ser Griego: la diferencia está en qué ojos te miran. A Aquiles, a Héctor, a Paris les miran griegos y troyanos, amigos y enemigos, dioses y hombres. Ante los ojos del mundo actúan, sabiendo que son mirados, que todos sus actos tienen testigos. Esto es básico: actúan sabiendo que todo lo que hagan cambiará la vida de los otros.
Pero eso era antes. Ahora las decisiones están llenas de dudas, dilemas y miedo a los errores. Y al final lo que haces lo sabe, como mucho, el de tu sucursal.
Cada uno recibe sus dones, y cada uno decide vivirlos como quiera: como héroes griegos o como caraduras. Y cualquiera de las dos cosas puedes ser (tienes razón, querida A.) si los dioses (o la vida) te han hecho banquero, cooperante de Naciones Unidas o violinista. Simplemente debes saber qué eres. Y, a partir de ahí, a ver qué haces con eso.
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