Valme de Toledo
|
Cuenta Peter Kingsley en "Los Oscuros Lugares del Saber"(Atalanta) que los pitagóricos pasaban meses quietos, solos y en silencio, delante de una cueva para poder oír su oscuridad, porque la voz de la oscuridad es la que enseña. El silencio mantenido era una preparación del espíritu para poder escuchar a los dioses.
El silencio se quedó como residuo de las religiones y las voces calladas se encuentran en los templos, en el muro de las lamentaciones de Jerusalem, rodeando a un paso de la Semana Santa. Las religiones son las únicas capaces de mantener a cientos de personas en silencio, aunque el silencio en comunidad, que es el suyo, tiene poco que ver con el de los pitagóricos: si en la religión buscas entender, los sacerdotes de Apolo esperan hundirse en lo que no puede contarse. Si una intenta ordenar, el otro acepta el desorden. Si una evita la muerte, el otro te cuenta que buscando en ella quizás entiendas algo…
Hubo en la historia un momento en que surgió otro silencio. Era un silencio culpable, que no esperaba escuchar nada, sino acallar conciencias. En el exterminio de la Segunda Guerra Mundial todos callaron. Todos miraron a otro lado, cerraron los ojos y dejaron de hablar. Para entender la barbarie, para explicarla, las palabras no aportan nada más que acusaciones, así que mejor obviarlas.
Cuando todo acabó, los que trabajaban con palabras tuvieron que volver a inventarlas. Los escritores alemanes de la postguerra, que hablan alemán, un idioma culpable (Heinrich Böll, Günter Grass, Peter Handke... el Grupo 47 y su revista El Escorpión) crean un lenguaje nuevo, inexplicable, inexcrutable, porque el antiguo sólo podía estar callado. En el lado de los vencedores, los minimalistas americanos (Salinger, Capote, Wolf) cuentan historias que sólo se pueden entender en sus silencios, en lo que no dicen.
Desde el nazismo, las palabras que antes conocíamos ya no nos sirven. Mejor no saber nada, mejor no contarlo. Mejor no enfrentarse a mi amigo y decirle lo que pienso de él, mejor no hacerme esa revisión no vaya a ser que encuentren algo, mejor no contar que mi amigo maltrata a su esposa... El silencio de hoy es un silencio tramposo, que se queda en un muro de piedra, que cierra los ojos, un silencio cobarde que no avanza, un modo de huir. Si antes ayudaba a oír a los dioses, ahora no tiene nada que escuchar. Si antes te unía a los otros, ahora te separa de ellos. Total, de qué sirve gritar si allí fuera no hay nadie.
Pero es fácil distinguir el silencio tramposo, porque siempre se llena de palabras. El silencio que miente siempre acaba hablando de otra cosa. No hay más que oír a los políticos, que no pueden estar callados...
No hay comentarios:
Publicar un comentario