Superman revisitado


Es un buen ejercicio volver a ver una película de hace tanto tiempo. Superman lo aguanta todo: el paso de los años, el paso de la vida y el cinismo que ésta puede ponerte encima. Y lo aguanta todo porque habla del pobre hombre, del pringado, del que no tiene ambiciones, del callado y aburrido que en realidad está salvando el mundo. Lo que tiene de superhéroe el superhéroe no es volar: es  no necesitar  que el mundo lo sepa. Clark Kent, a los ojos del mundo, es un don nadie. Pero eso le da igual, porque es un héroe.

Pensaba en esta historia tan contemporánea de "somos lo que ven". No somos lo que ven: somos lo que hacemos. Lo que vean da lo mismo. En esto los sentidos se trastocan: la vista se anula, se vuelve inútil. Los ojos dan igual si hay alguien salvándote el alma, aunque tú no te enteres.

Oímos en Superman, como una letanía, las instrucciones de Jor-El, su padre: dedícate a ellos, sé su amigo. Habla de lo colectivo por encima de la personalidad, de cómo tú no importas y tu imagen es inexistente, de lo superfluo de las apariencias, de lo inútil de mostrarse. Igualito que ahora.

Por eso Clark Kent tiene el poder supremo, deshacer la muerte. El bien máximo, lo imposible, conseguir que el tiempo retroceda y lo que te ha destrozado se borre:  maravilloso sueño inalcanzable que sólo un tipo como él merece tener en las manos, el tipo que no es nadie, al que nadie se molesta en mirar.

Y recordaba un episodio de la serie Mujeres Desesperadas que narra la vida de un humilde manitas que, sin que nadie lo sepa, va ayudando a cada uno a ser mejor persona, en silencio y sin testigos, como hacen los héroes. Eli Seruggs, se llama. Otro don nadie al que nadie miraba. Y todo lo que nos perdemos mirando al hombre equivocado...

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