Diane Arbus, o qué es la belleza



Una bestia. Así es Diane Arbus que, en el Jeu de Paume de París, expone toda su obra. Arbus saca el lado tenebroso, feo, oscuro e inquietante de todo lo que fotografía. Es verdad que retrata enanos, gigantes, mujeres peludas o monstruos  de circo, de cuando esos circos exponían sin compasión las taras humanas y parecía mofarse de ellas (luego vinieron los animales y, después, las estéticas luces), pero también retrataba mujeres de la alta sociedad neoyorquina, niños, bebés, madres, parejas de adolescentes, jóvenes pidiendo la guerra, guapas modelos, escritores, criadas, actores... No busca lo tenebroso en lugares comunes, pero siempre lo encuentra. El retrato de un bebé gordo parece el de un anciano, las niñas mellizas podrían ser fantasmas, las elegantes mujeres neoyorquinas que toman el sol de Hyde Park parecen salidas de un museo de cera, una mujer lleva en brazos a una hija dormida que, sin embargo, parece estar muerta. Incluso  el suave castillo rosa de Blancanieves que encuentra en Disneyland te habla del oscuro lugar donde los sueños, y los hombres, siempre mueren.

La belleza es lo inquietante. Arbus dice encontrarla, al final de su carrera, en una residencia donde viven mujeres, hombres y niños con síndrome de Down. Aquí, en los años 70, encuentra la bondad, la armonía, lo diferente, lo único. Aquí llega al cénit de su búsqueda y, como quedándose sin palabras, porque sólo el silencio habla de lo realmente importante, es la única serie a la que no le pone ningún título.

Es algo radicalmente opuesto a lo nuestro. Para Arbus la belleza está en lo diferente, porque sólo lo diferente nos habla de cosas importantes. Cuarenta siglos después de su muerte encontramos la belleza en un montón de fotocopias con tinta de bótox y pensamos que lo diferente puede ser, incluso, repulsivo.

Arbus se suicidó en su apartamento poco después de dejarnos su serie Sin Título. Encontró la esencia y ya no quiso seguir buscando, o quizás pensó que, después de haber llegado allí, cualquier cosa, desde entonces, sólo le recordaría lo feo, plano, inhóspito e idéntico que puede ser el mundo.

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