Morir a los cincuenta



valme de toledo

Un profesor que tuve hace tiempo me contó lo que era la creación artística hablándome del hilo musical de la consulta del dentista. Hablábamos de esa musiquita de piano que tiene la ambiciosa intención de hacer que te olvides de tus muelas o de sacar de tu cabeza el torno que va a perforarte las encías.  Un tío que escribe -decía mi profesor- para que a mi no me duelan las muelas no me interesa. Yo, lo que quiero, es oír cómo le duelen a él las suyas.


Recuerdo ahora los Escritos Consolatorios de Séneca, consuelos tan racionales, tan claros y tan bien construidos, que son incapaces de consolar.  Si existiera un consuelo sería el de Job (no preguntes nunca); el de Homero (sigue luchando, porque sigues aquí); el del poeta del Eclesiastés (lo único que tienes es tiempo); el de Epicuro o Platón (en el dolor podemos conocernos); el de Marco Aurelio (mírate desde muy, muy lejos); o el de Lao Zi(esto es parte de la vida, no puedes quitarlo).

Eso, si hubiera un consuelo. Pero no lo hay. Lo que hay son almas rotas, y aquí solo cabe el silencio.  Aquel que se ha ido con  cincuenta te deja una historia que nunca va a acabarse. No es que se haya terminado, es que seguirá escribiéndose durante mucho tiempo. Cuando quien muere a los cincuenta te hacía sonreír deja un camino plagado de sonrisas. Las historias que te contaba seguirán contadas en voz alta como si el relato, a partir de ahora, sólo pudiera oírse con su voz. Cuando, quien ha muerto a los cincuenta, te ha estado diciendo que hay que vivir, te deja  una guía de viajes que puede orientarte cuando estés en un país extraño, ese que  a veces encuentras sin moverte de casa.

Si él fue capaz de vivir como vivió, si lo que recuerdas de él es su sonrisa y su fuerza, entonces podrás luchar contra las trampas que la pena te tienda. Si el recuerdo te dice que te faltó tiempo -para cuidarle, para salvarle, para abrazarle- piensa que su tiempo, como el tuyo, aún no ha acabado. Si en algún momento duele su ausencia, piensa que fue un hombre que supo ser feliz, y muy pocos hay que sepan conseguirlo.


Nadie sabe cómo va a morir, aunque por aquí tenemos alguna pista. Es una muerte repentina, que aparece sin dolor, que no avisa y que, a veces, llega a los cincuenta. Pero te deja (con el tiempo) una descarga de fuerza, como si te hubieran enchufado a las corrientes eléctricas de la eternidad, esa corriente que te hace andar, siempre, unos cuantos metros por encima del suelo, para que puedas mirarlo todo desde arriba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares