Los derechos de autor del kilo de tomates

Valme de Toledo

Hay algo, en el país de la Utopía, que llaman derechos de autor. En el país de la Utopía el autor es algo con entidad propia, reconocido por los demás y reconocible por sus obras. Es un creador que tiene una nueva forma de dirigirse al mundo, y entretenga o enseñe, utilice algo nuevo, algo viejo o algo prestado, nos enseña un pequeño trozo de vida.

Pero eso ocurre en el país de la Utopía. En este país -creo que se llama España- el autor es un mero trámite. El autor crea algo que otros convierten en creación. Uno puede estar años escribiendo una novela. Todas esas palabras no son nada hasta que  la editorial las pone a la venta. Uno puede crear obras. Hasta que no se cuelgan en la galería, sus obras no existen. El que crea música sólo se mide por la lista de los Cuarenta Principales. El escaparate es más importante que el producto. Así que es como el que cultiva tomates: si no te los compran, se pudren.

El autor no existe si alguien no le ha puesto un precio, y nadie que no exista puede tener derechos. Es como si reivindicamos los derechos de Bob Esponja. Pues vale. Todo queda en el fondo del mar, como su piña.

En el país de la Utopía el creador se dedica a su arte y eso es suficiente. Su labor es importante en una esfera real, como en España son importantes los tomates. Su trabajo no se mide por kilos sino por suspiros (sean como sean esos suspiros) y su importancia no se cuenta en euros sino en almas que se agitan dentro de la caja torácica.

Conseguir que un alma se agite no es fácil, porque para eso la tuya debe estar viviendo un terremoto. Pero eso no importa, porque lo que cuenta es a cuánto está el kilo, y el alma no pesa. El trabajo del autor, en este país, es marginal, como el de aquel que no tiene la suficiente ambición para dedicarse a otros menesteres, o tiene demasiada para no quedarse en el sofá rumiando sus sueños. Los autores aquí no existen hasta que no entran en el top súper ventas, y eso lo sabe muy bien la SGAE.

En el país llamado Utopía la SGAE no existiría. En Utopía hasta los niños sabrían que un creador tiene su sitio, hasta los niños aprenderían a mirarlos como miran la televisión. Para que los niños aprendan a mirar las creaciones debemos empezar a verlas como algo real, como algo válido, sólido y consecuente, y no como el capricho de alguien que no quiere fichar por las mañanas. Pero ya saben, aquí nadie ve nada. Quien finge hacerlo, como la SGAE, sólo ve kilos de tomates, y estrangula pesadillas para ver si consigue sacar unas cuantas monedas. La SGAE es una empresa a quien no le preocupan los autores. Por si alguna vez alguien tuvo una duda al respecto.


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