Tuve un profesor de fotografía que nos decía en clase: para ser fotógrafo no te hace falta saber usar la cámara de fotos. La idea es lo importante: a partir de ahí, le pagas a un tipo que sepa cómo usarla la reflex, le dices exactamente qué quieres y haces la foto.
Tenemos las herramientas para poder crear. La tecnología nos regala saber hacer las cosas. Cualquiera puede hacer buenas fotos; cualquiera puede grabar un video o una película, dibujar un personaje, incluso escribir un best seller. Todo está a nuestro alcance, pero el problema sigue el siendo el mismo que en los tiempos de la cámara oscura: si no tienes nada que contar, de poco te sirve saber cómo hacerlo.
A un joven director (44 años) se le ocurre grabar, en el siglo de la tecnología, una película en blanco y negro y, encima, muda. En una arriesgada decisión opta por despreciar todo lo que la vida nos ofrece para hacernos más fácil cualquier cosa. En el siglo de las tres dimensiones y la alta fidelidad retrocede a lo que ocurría cuando ni siquiera había nacido.
Así que mi profesor Miguel Oriola tenía razón, y lo importante es la idea. La tecnología da igual si no tienes nada que contar, pero si tienes algo cualquier sistema es válido. Y de pronto surge alguien, casi un desconocido, que crea una obra maestra que hipnotiza porque nos quita de encima todo lo que dábamos por hecho.
Michel Hazanavicius no sólo elimina el sonido de las voces o el color en la pantalla: nos quita el cinismo y el desprecio arrogante de lo que consideramos el Pasado, y con la música de orquesta nos devuelve a lo puro, a un mundo anterior donde el buen hombre daba una propina con su último billete y la buena mujer renuncia a su triunfo para salvar al despreciado; donde el amor se mantiene inalterado y ningún cambio en la vida puede mancharlo; donde el triunfo da igual, porque lo importante es a quién has querido mientras duraba.
Así que, con decenas de guiños a la historia del cine (Billy Wilder, Woody Allen, Orson Welles, Gene Kelly...)- porque si quieres contar algo siempre debes saber qué se ha contado antes- y maravillosas escenas - el idilio inventado con una chaqueta, los aplausos mudos que resuenan en el teatro - The Artist calma lo nuevo, serena el futuro, silencia los inventos y nos dice que, para contar las cosas que importan, a veces las palabras molestan y el color distrae, y hay que buscar donde miraron los que no los tenían, en el silencio de lo que hemos olvidado.
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