Valme de Toledo
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Otra vez estalla una guerra y no podemos dejar de pensar que el estado natural del hombre es el de estar en guerra. Hay mentes utópicas y bienpensantes, ingenuas e idealistas, que le dan valor al diálogo que pueda meter las armas en sus fundas. Pero hay aquí un error, y es que el diálogo sólo se puede establecer entre dos personas que se escuchen, se entiendan y puedan llegar a respetarse, en una conversación de igual a igual que puede durar eternamente.
Cuando el interlocutor no escucha, entiende o respeta; cuando con sus actos hace sufrir; cuando viola las leyes; cuando rompe el equilibrio que éstas construyen, entonces la voz debe ser la de las armas. En un mundo entre iguales, donde deberíamos movernos, esa conversación soñada es posible. Pero tendemos a juntarnos con quienes no escuchan: con los tontos, con los interesados, con los asesinos, con los mentirosos, con los manipuladores y egoístas; con los tiranos que necesitan pisar cabezas mientras andan.
Y ahí está el mal. El mal existe, y lo ejerce quien no tiene escrúpulos en pisar al de al lado. El mal puede ser Gadafi o Sadam Husein, pero también aquel personaje a quien investigó Emmanuel Carrère para su libro El Adversario, que miente sobre su vida, miente a sus seres queridos, miente a sus amigos, a sus padres, a su mujer y a sus niños pequeños hasta que empuña una escopeta y los mata a todos. El encuentro del escritor con el asesino es el encuentro con el mismísimo Diablo, que es mentiroso.
En el estado natural del hombre, que es el de la guerra, no debemos obviar que todos tenemos nuestra parte. Todos ayudamos al mal si creemos sus mentiras, si aceptamos su dinero, si aceptamos quedarnos a su lado, si empezamos un diálogo que acabará con un tiro en la boca. También podemos quedarnos en silencio, votar en blanco o pensar que todo el mundo tiene su parte de razón, y para qué meterse, pensar que la verdad es tan amplia como toda la gama de grises, y no somos quien para juzgar.
Ahí está. El problema es el decir allá cual con su vida, que ya tenemos bastante con la nuestra. Pero con que un sólo niño esté sufriendo, con que un sólo anciano llore impotente, con que una sola mujer sea maltratada ya estamos metidos hasta el cuello. No te metas en una discusión entre amiguetes, pero hazlo si, por causa de ella, hay alguien que sufre. Acepta las armas como prolongación de tu brazo si no has sido capaz de ver, antes de tiempo, que el Diablo estaba empezando a empuñar las suyas. Puede que te quedes solo, pero podrás decir que has hecho algo. Si vas a la guerra, no vayas con miedo, con los hombros hundidos maldiciendo tu suerte. Ve con la cabeza alta, la frente orgullosa y sintiendo que tu deber es ese y que debes cumplirlo. Y, en el más difícil todavía, sigue siendo capaz de emocionarte cuando logres ver a un hombre bueno.
Hermoso último párrafo y su "más difícil todavía".
ResponderEliminarReza el dicho que dos no discuten si uno no quiere. Y sin embargo también es cierto lo que dice el texto, que viene a ser que dos dialogan si uno no quiere.
ResponderEliminarY si dos no discuten ni tampoco dialogan pero al mismo tiempo uno de ellos hace el mal (y sí, hay males que son objetivos, puros y duros y al margen de culturas, religiones, costumbres, etc. como matar a un niño, como cortar el clítoris a una mujer), ¿qué le queda al otro?
Me resisto a creer que la guerra o la violencia, pero no puedo pensar tampoco en otra cosa.